miércoles, abril 26, 2006

Básicos del terror: "Las ratas del cementerio", de Henry Kuttner.

Acometo en esta serie de entradas una tarea grata: la de repasar, sin ánimo profesoral o erudito, sino más bien panegírico y esquemático, ese conjunto de obras y obritas del género terrorífico con las que más he disfrutado en mi vida.

Si a alguien le sirven de guía, bravo; si goza como yo, dos veces bravo.

Recuerdo que yo tendría unos diez, doce, trece años. Éramos unos críos de colegio de curas bastante modositos, aunque con nuestro juvenil punto de malicia, zascandilería e independencia. Fue una tarde veraniega, bochornosa. La clase de lengua y literatura se nos dibujaba a todos como un aburrido tiempo de suspiros, ensoñaciones estériles, sudores y apuntes.

Pero quiso el destino que esa tarde nuestro viejo profesor, reconozco que apenas me acuerdo de él, acudiera algo más tarde y bastante más cansino de lo que era habitual. Llevaba en la mano un librito del que nadie vio el título porque forraba sus libros en papel de periódico.

Se sentó en su silla nos hizo callar con un ademán serio y dijo:

-Hoy les voy a leer un cuento, uno de miedo.

Todos saltamos de nuestro asiento, alegres, aunque silenciosos. Era algo nuevo, y a esa edad lo nuevo fascina. Y más si evita una tediosa hora de objetos indirectos, análisis sintácticos y demás metralla gramatical.

El viejo Masson, guardián de uno de los más antiguos y descuidados cementerios de Salem, sostenía una verdadera contienda con las ratas. Hacía varias generaciones, se había asentado en el cementerio una colonia de ratas enormes procedentes de los muelles...

Así empezaba el relato.

Era una narración corta, de atmósfera, en la que la historia, vista desde una perspectiva ajena, de lector resabiado, hasta resulta manida y tópica. Pero esa tarde, entrando el sol a raudales por las ventanas, todos sentimos el mismo escalofrío, todos nos estremecimos cuando el protagonista se estremeció, todos nos dejamos hipnotizar por la fluida lectura de nuestro profesor. No importaba que el ambiente no invitara a sentir miedo , a dejarse llevar por una narración de terror, no. Dio igual, el relato nos atrapó, nos dominó y nos fascinó. Nadie dijo esta boca es mía durante toda la lectura.

...y se hundió en la negrura de la muerte, con los locos chillidos de las ratas taladrándole los oídos.

Y el silencio siguió flotando sobre nosotros como una mortaja. Ninguno de nosotros se movió. Nadie se atrevió a romper el hechizo que nos dominaba y mantenía helados, sujetos a los asientos, reviviendo los horrores que habían acosado al protagonista, una y otra vez. Quizá imaginando que el susurro tras la pared no era otro profesor, en otra clase, escribiendo en la pizarra con una tiza; no. Quizá ese susurro era el arañar sibilino de una de esas demoníacas ratas, esperando impaciente, deleitándose en nuestro sufrimiento, al acecho.

Muchos años después. Lector ávido y curtido en muchas guerras, di con ese maravilloso libro que Alianza editorial y Rafael Llopis nos han brindado para nuestro gozo y disfrute: "Los Mitos de Cthulhu". Y allí estaba. De nuevo, el relato, las ratas, esperándome.

Sobra decir que hice todo lo posible para tener miedo.

Si pueden lean, lean... no les defraudará.

Kuttner en wikipedia -inglés
Kuttner en la tercera fundación
Los mitos de Cthulhu

martes, abril 18, 2006

El latido de la tierra.

El murmullo recorre la pequeña plaza a oleadas asimétricas, la luna llena parece tener alterada a la gente, la del pueblo y los que hemos llegado allí de fuera. Hace calor, demasiado para una noche de Semana Santa como esa, y más porque estamos apelotonados unos contra otros, expectantes. Los protagonistan van llegando, unos con su tambor, otros con el resuello entrecortaddo, a duras penas sosteniendo el pesado bombo. Van de negro, de arriba a abajo, hasta los pies, como enlutados, pero en sus ojos no se lee tristeza, no, su expresión más bien contiene un imperceptible germen de pasión en forma de ansiedad. Miran el reloj del ayuntamiento de reojo.

A lo lejos se escucha el redoble pausado de un tambor acompañado por el gañido cansino de una corneta, la gente baja la voz; no, no va a empezar todavía, es el preludio. Por una de las calles laterales, entran a la plaza una docena de soldados romanos de cartón piedra. Nos apretamos más para dejar que esa suerte de cohorte de imitación llegue al centro de la plaza sosteniendo una cruz sencilla con un crucificado preñado de dolor. Los petos son de latón, las botas de un chillón color verde; pero da lo mismo, en sus facciones está esa dignidad de las grandes ocasiones, de quien se sabe actor y protagonista de un evento importante.

Ya falta menos. Van a dar las doce. La corporación municipal nos observa desde su lugar de prerivilegio: el balcón por el que asoma ahora uno de esos soldaditos romanos.

La gente comienza a chistar al de al lado para que se calle, el silencio es como la onda de un estanque, bueno, como cientos de ellas: se extiende, nos abofetea y con resolución apaga los restos del murmullo que aún sobreviven en el aire.

Los de los tambores y bombos sudan, se miran; hay sonrisas nerviosas y rostros cargados de concentración y serenidad. Algunos acaricián la piel tensa de su bombo, el plástico transparente del tambor, es como si buscaran en él una vibración adelantada, como si quisieran transmitir al objeto parte de su tensión.

Silencio.

El reloj da los cuartos, tañe una vez y otra, así hasta doce.
Suena la corneta.

Y la hora se rompe con ordenado estruendo. El suelo tiembla, mis manos tiemblan, mi tórax tiembla, el aire tiembla. El sonido ensordece recorre en un suspiro la amplitud claustrofóbica de la plaza, nos aplasta con su energía; pero no nos equivoquemos, es agradable, en un estruendo hermoso, armónico. Las manos suben y bajan, los rostros muestran el éxtasis. Quienes protagonizan la rompida, por mor de un destino ineludible, han hecho que su corazón deje de latir, y han transmitido esa esencia vital a sus bombos y tambores.

Ya no late el corazón, laten los tambores.

Pasan los minutos, y el estruendo no cesa, el aire está inundado por una energía especial, animado por una fuerza periódica. A veces la intensidad sube, otras baja, a veces se desordena un poco, para luego recuperar su compostura con renovado brío. El sonido tiene vida propia, alma.

Ha pasado media hora y nadie ceja en su empeño de reventarse la mano contra el bombo, el espíritu contra el tambor; hasta los niños están contagiados de esa pasión pagana. Porque esta es una devoción intemporal, un rito ancestral que trasciende creencias. Es el trance del chamán, el baile ritual, el sonido que conduce a los dioses o nos baja a los infiernos en busca de algo que nos haga comprender el mundo.

Es el latido de la Tierra; yo lo siento así.

Web Ruta del tambor y el bombo
En Wikipedia
Samper de Calanda
Más Samper

lunes, abril 17, 2006

Solaris

Regreso de mis vacaciones de Semana Santa. Eso significa que se ha dado el ambiente ideal para leer, para enfrentarme de una vez a esa lectura postergada.

Solaris

Casi ha sido una especie de homenaje póstumo. Huelga decir que ninguna de las expectativas que me había creado ha salido defraudada. El amigo Lem creó un maravillosa joya.

Dentro de los niveles de lectura, dentro de los distintos elementos narrativos, me gustaría incidir en alguno.

El primero es el desgarrado antropocentrismo que desvelan las acciones de los personajes, y digo desgarrado porque ellos saben que ése es su principal defecto, pero también saben que es un lastre del que no se pueden (o quieren) desprender.
La humanidad como medida, la humanidad como único referente... cuando se sabe a ciencia cierta que se está en contacto con algo no humano, en el sentido más literal de la palabra.
La tragedia que se masca en Solaris es esa, la desazón de cada uno de los protagonistas al comprobar que los modelos establecidos no sirven, que esos modelos, por mucho que queramos, nos dominan, nos contaminan, nos hacen lo que somos, como especie, como individuo... y que son ellos los que nos alejan de comprender a algo, a alguien inteligente, porque no conocemos ninguna otra manera de interpretar el mundo que nos rodea que la humana.

En el fondo el miedo al 'extraño' en su forma más pura, cuando el extraño lo es del todo porque no hay comunicación, y cuando ésta se establece, se hace a dos niveles completamente distintos, uno de ellos casi enloquecedor.

Luego cada personaje, cada arquetipo, actúa en consecuencia, obligado por lo que es, como en una tragedia griega, impulsado por el fatum, por el sino insoslayable de sus propias circunstancias.

Hay otros muchos niveles de lectura, otras muchas sub historias inmersas en la marejada narrativa que es 'Solaris', ninguno defrauda, ninguno cansa. Belleza formal, originalidad argumental, una sutil, o no tan sutil crítica de la condición humana, de su vehemencia, de su exagerado optimismo como interpretadores de la realidad.

Detalle exquisito es la descripción de ese tanteo, de ese toma y daca entre el planeta y las cohortes de investigadores que conforman la avanzadilla humana en pos del ansiado contacto. Merece la pena pararse en los detalles de esa evolución.

Si quieren una muy completa revisión vayan a C
Artículo estupendo en Futuro

Lean... lean.

miércoles, abril 12, 2006

Acerca del mito

Llevo trabajando en el Taller de creación literaria taller_7_ccf unos meses con plena satisfacción. Hace pocos días tuve la fortuna de leer un relato e Paula Irupe: un bello relato en el que trazaba un esbozo poético acerca de la pérdida del valor de los ritos en la sociedad.Transcribo algo que se me vino a la cabeza en el comentario a ese relato
"Vivimos en una sociedad donde los mitos no tiene ya cabida si no están edulcorados, enlatados, donde los ritos que se asociaban a ellos, que conformaban el puente entre larealidad y los problemas fundamentales de la existencia, apenas aparecen, o están tan contaminados, tan tergiversados, que ya no nos ayudan como antes...Dónde los símbolos apenas importan si no se les asocia un valor utilitario, no un valor per se...
Mito, rito, símbolo. Creo que hace falta una revisión global, un nuevo acercamiento... si seguimos así el desarraigo, la estupefacción existencial, y por lo tanto, el nihilismo no meditado, seguirán haciendo de las suyas y descomponiendo este jodido mundo."
Medito.
Los síbolos perviven. Vivimos acosados por una diarrea de símbolos; al igual que los ritos, no han desaparecido como tales, es sólo que se ha trasladado el foco de importancia: antes lo importante era la función en sí misma, ahora lo que prima es la cáscara, lo más vulgar y exhibicionista.
El relato de Paula hablaba de un mundo donde los hombres y mujeres habían perdido sus mitos, sus ritos, y por lo tanto su humanidad.

Bienvenida

Esta vez sí, eso espero. Iniciamos el camino con fuerza de voluntad.