lunes, noviembre 27, 2006

El terror y la palabra

El hecho de que mi compañero de tertulia acá en Zaragoza, David Jasso (por favor, lean su novela de terror la silla) me comentara unos días atrás que uno de mis relatos probablemente iba a salir publicado, en breve, en el podcast Divergencia Cero, que comparte con Santiago Eximeno y Marc R. Soto, me ha hecho plantearme un asunto al que, a veces le he dado vueltas:

La oralidad del relato de terror.

Y es que una de las bases sobre la que se ha sustentado la literatura de terror, en su vertiente más ancestral y popular, ha sido siempre la oral: el cuento, la conseja de viejas, la historieta, la leyenda relatada en boca de un juglar, de un orador, de un supuesto testigo. Hasta el nacimiento del cine, del cine quizá la capacidad más directa para producir esa sensación de temor, de susto, de escalofrío fuera la narrativa oral y no la literaria e impresa propiamente dicha.

La oralidad implica un acceso directo a la empatía si el narrador es hábil: algo que en la literatura se hace más difícil, pues casi siempre surge para con la víctima, se limita a ella; mientras que en la narración oral, el cuentista no sólo la centra a ese elemento, sino que ensancha el horizonte de percepción del oyente, depositando con sibilina intención detalladas descripciones, ambientaciones sombrías, giros inesperados… todo ello aderezado con un uso adecuado del tono, de la mímica facial y corporal. Sí, pues es el tono, el giro fonético del lenguaje, su mirada, su mala intención, hasta el entorno, son también el motor absoluto del miedo en esta narración.

Recuerdo con cariño algunas locuciones radiofónicas de mi infancia, cuando la radio todavía primaba sobre el naciente televisor. También alguno de los programas de Juan José Plans, en los que se locutaban clásicos del terror e historias escritas por el propio presentador, incluso ciertos programillas de pseudo investigadores de lo oculto, en los que, con pompa y organillo lúgubre, se relataban supuestos sucesos espectrales. Qué noches de miedo, de temblor.

Les aseguro que añoro esas reuniones de amigos en la que, no se sabe porqué extraña razón, a alguien se le ocurría contar aquella historia que a su vez escuchó de labios de otro amigo y que hablaba, sí, sin trampa ni cartón, de unos hechos escalofriantes que acaecieron a un tipo desconocido en no sé qué lugar. Sabemos que es mentira, pero aun así, no podemos sustraernos a esa corriente helada que hace vibrar nuestra columna vertebral.

La tipología del cuento oral de miedo esbastante limitada y poco elaborada. Casi siempre usa de los mismos temas, de los mismos arquetipos. Y es esa sencillez la que le confiere buena parte de ese poder de evocación, pues bebe de la parte más cercana del inconsciente colectivo, de los terrores comunes.

Así pues, gracias a Marc, Santi y David. Gracias por acercarnos a ese otro universo del terror. Esperemos que no se pierda entre vísceras, motosierras y asesinos en serie. Gracias por tener la valentía de crear esa web, Divergencia Cero, en la que el terror entre en la sangre a la antigua, mediante el verbo.

viernes, noviembre 17, 2006

Una sensación

Ayer fue, en casi todos los sentidos, un día normal. Todo hasta que entre en la Fnac, fui a echar un vistazo a las obras de terror en bolsillo y descubrí que ya habían colocado un ejemplar de Paura 3.

Es difícil de describir la sensación que le recorre a uno el cuerpo, desde el útimo extremo del último pelo, hasta el dedo meñique del pie, cuando ve algo que ha creado, por fin aparece plasmado en papel, al alcance de cualquiera. Escalofrío, vacío, éxtasis... el papel sigue teniendo todavía esa especial aura para un escritor (sí, llámenme anticuado, lo soy en ese sentido).

Allí mismo me leí de cabo a rabo susurros. Y me siguió pareciendo bueno. No importa que lo pariese de un tirón, casi como un juego divertido, sin apenas expectativas. Lo leí y me dejé enganchar por él como si la obra de un autor desconocido se tratara.

Por fin. Ahora sólo hay que seguir adelante. O sea, lo más difícil.

jueves, noviembre 16, 2006

Básicos del terror: La pata del mono - W.W. Jacobs

A veces el relato más simple, inicio, nudo, desenlace, todo ello bien llevado, es el relato más perturbador del mundo.

Hace ya mucho tiempo que leí la pata del mono, y cada vez que por gusto vuelvo a acercarme a él, más elementos de sorpresa encuentro, tanto como aficionado lector, como aficionado creador. Es envidiable el manejo del ritmo, la ambientación: sobria pero eficaz, el retrato esbozado, pero certero de los personajes, el sólido final... ese final que, como en todo buen cuento de fantasmas, deja todo o casi todo a la imaginación del lector.

De W.W. Jacobs (1863-1943) hay que decir que era fundamentalmente un escritor de relatos de ambientación marinera, dramaturgo, siempre tirando hacie el género humorístico. El que comento es su relato más conocido, uno de esos casos de pervivencia puntual que tanto abundan en la literatura fantástica, pues aunque publico varios más de temática sobrenatural, apenas se recuerdan.

La pata del mono es uno de esos licores que todo buen aficionado al terror debe beber sin ideas preconcebidas. No es una más de las comunes Gosth Stories que uno pude encontrar en la Inglaterra de la época. Es un cuadro de la entrada subrepticia y maligna de lo sobrenatural en la vida cotidiana, un elegante escrito que busca el incierto desasosiego, emparejado a lo más simple, lo más nimio, como portador en sí del mayor de los peligros.

Y se dirán. No habla del argumento, ni si quiera nos da un apunte. Pues no. Este relato es de los que hay que abordar con la mente en blanco, saborearlo con fruición y masticarlo lentamente una vez se ha cerrado el libro, apagado el ordenador, o guardado las cuartillas.

Espero que lo disfruten.

Lean, lean... y cuidado con lo que quieren.

W.W. Jacobs en wikipedia
El cuento en Ciudad Selva

jueves, noviembre 09, 2006

Nuevas visiones del terror

Toda sociedad enmarca y define unos límites unas premisas y unos medios. Existen uno o varios patrones de comportamiento; aunque no sea algo automático, de forma tácita se procede a un etiquetado de la personalidad. Se dice que no hay límites, y que la libertad es el parámetro que domina nuestros pasos. Aunque la verdad es que vivimos rodeados de cortapisas y nuestra vida, sobre todo, se ve definida y guiada por una serie de leyes no escritas, siempre con un trasfondo de tipo económico, pero que conforman el asiento fundamental de la sociedad neoliberal en la que vivimos.

Tanto por su exceso como por su defecto, esto de lo que hablo tiene su proyección en la población más joven de esta sociedad. Son ellos, y aquí entronco con la temática de este blog, los mayores consumidores actuales de terror, y de alguna forma, las influencias y consecuencias de la sociedad en la que están sumergidos se traslada a la forma en la que abordan esta temática.

No hay que ser un tonto para ver que una buena parte de nuestra juventud sufre una extraña mezcla de tedio y frustración. No hay que asustarse, en mayor o menor grado, en todas las generaciones, la juventud sufre de esos incurables males que provocan la sagrada dicotomía: yo contra el mundo. Lo que diferencia a esas generaciones es la forma en la que se enfrentan a ese conflicto y las soluciones que aplican, ya sea para solucionarlo, ya sea para soslayarlo y seguir adelante (utópicos, pasivos, activistas, conformistas y todos los grados intermedios que se nos ocurran).

Prosigamos con el tedio y, sobre todo, la frustración. Centrémonos en esa legión de jóvenes disociados de su entorno, hastiados de una sociedad que les ofrece todo pero que apenas los tiene en cuenta si no es como consumidores; desahuciados pero ahítos de todo lo que la sociedad de consumo les ofrece; aburridos y sin más pretensiones que una ambigua comodidad… es obvio que de alguna manera tienen que reaccionar, que chocar y crear el conflicto catártico o la evasión.

Y ahí entra el terror.

De un tiempo a esta parte ha venido observando cómo se conforman dos corrientes bastante diferenciadas de lo que hasta ahora ha sido la línea general del la creación y el gusto terroríficos. Dos corrientes que yo me arriesgaría a enlazar con dos de las formas de evasión o conflicto que antes he citado.

Exageremos, sí, a veces es bueno hacerlo pero sabiéndolo y avisándolo, sabiendo que jugamos con los extremos de la cuerda.

Tenemos dos formas de sentir el terror: la sociópata y la evasiva.

La primera podemos relacionarla con el terror de tipo gore, los asesinos en serie, la casquería y la violencia gratuita.

La segunda con esa otra forma más elaborada y ritual que ha venido a crear las culturas góticas y siniestras.

Las dos coinciden en algo. Se diferencian de la misma manera de lo que hasta ahora había venido siendo la forma más común de acercamiento al terror: la empatía con la víctima, el miedo que se traslada desede ella al observador y crea en él una emoción pareja, temporal y catártica. Las dos corrientes olvidan ese nexo, no se busca, no importa la relación con la víctima, ésta es un mero sujeto, necesario, pero no central.

En la corriente sociópata, sigamos exagerando, el aficionado busca la venganza, busca sublimar su frustración contemplando y disfrutando al observar a unos, podíamos calificar de émulos, seres que se han despojado de todas las ataduras morales, de todos los impedimentos sociales y psicológicos que limitan nuestra respuesta agresiva y goce con la destrucción. Es relativamente normal encontrar en los foros aficionados de este cariz que protestan por la poca imaginación de una obra al retratar la violencia, la sangre; su exigencia de unos cada vez más refinados y explícitos métodos de terminar, de hacer sufrir con las víctimas. Nos encontramos en casos donde no existe para nada empatía con dicha víctima y sí una corriente de simpatía soterrada para con el sujeto causante del dolor, un deleite en el aguijoneo, el juego macabro continuo con la sociedad y las fuerzas del orden que la representan.

En nuestra segunda corriente tampoco existe empatía por la víctima, pero al contrario de la corriente sociópata, sí existe una cierta empatía, un reflejo de actitudes y de situación para con el monstruo, muchas veces hasta un verse como él. La impronta de este terror viene dada por el protagonismo, no ya de la violencia, que a veces hasta es sublimada y postergada, si no del monstruo, del ser diferente, del inadaptado. El ejemplo más claro lo tenemos en la figura del vampiro, divinizada y envidiada en estos ambientes. En el fondo nos encontramos con una versión más aquilatada y siempre presente forma de evadir la realidad mediante el recurso de crear un mundo irreal más conforme con nuestros anhelos y necesidades. Donde lo que nos diferencia y separa, se hace primordial y definitorio; el sujeto deja de verse como un inadaptado y se contempla como un privilegiado que conoce una realidad superior y casi trascendente.

Los lectores más sensibles podrían echarse las manos a la cabeza, aterrorizarse ellos mismos ante esta perspectiva que usa el terror, el sufrimiento de una víctima, al fin y al cabo, como medio de goce o evasión, olvidándose de dicho dolor, de su impacto final y real. Pero en el fondo nos hallamos ante mecanismos que la humanidad ha venido usando siempre: modelar de una forma controlada e irreal ciertos instintos disociativos o destructivos, reducirlos al ámbito de una sala de cine, de un libro, de un cómic o un juego de rol , para mantenerlos separados de nuestros actos efectivos.

Espero sus comentarios. Puesto que, en cierta forma, sí vengo buscando la polémica, la discusión, esa tormenta de ideas que anima la creación