miércoles, noviembre 09, 2011

La verdadera esencia del mal

La afición por la literatura de terror puede ser vista como una de esas inclinaciones aberrantes, o cuando menos extraña.

Cuando me preguntan la razón por la que me atrae el terror, no sé bien qué contestar fuera del tópico "me gusta", algunos absurdos ruiditos vocales asociados a la reflexión, un encogimiento de hombros y poco más; la verdad es que siempre me ha fascinado el mal, no como algo que me atraiga en sí mismo. porque contenga una belleza sublime, ninguna belleza..., no me considero un sociópata, al menos todavía, sino como uno de esos elementos aberrantes, pero que están presentes en el alma humana, modelándola y en su comportamiento, guiándolo; algo que se sublima en el arte de una forma peculiar, algo merecedor de atención y curiosidad en su formas preternatural o real.

Creo que cuando escribo, siempre ronda tras del argumento, de la intención profunda, esa inclinación reflexiva. La ficción es como un laboratorio, una bandeja de Petri en la que hacer crecer bajo control ese moho maligno...

Pero a veces uno se acerca por otras vías a ese otro mal, el mal con mayúsculas, el mal real, con víctimas reales. Entonces el escalofrío, el terror, la confusión se amplifican hasta extremos dolorosos: quizá sea que saber que lo narrado es verídico, sin adornos ni melindres que lo atenúen o embellezcan, hace que la empatía y el asco espumen y nos invadan consumiéndonos un poco.
Leer "Eichmann en Jerusalem", de Hannah Arendt hace que a uno le canee el cabello de manera prematura, hace que a uno se le venga encima la carga de humanidad que, en su sentido más oscuro, nos sobrevuela a todos como especie.

Se han escrito muchos libros sobre el horror nazi, pero esté posee una crudeza sencilla que lo diferencia; su envoltorio ensayístico, neutro en algunos momentos, dibujando la génesis que llevó a seres humanos vulgares y anodinos, seres en los que uno bien puede decir que la maldad, la más pura y cruel maldad, no anidaba en ninguna manera, a cometer el más atroz de los genocidios, como si de un trabajo burocrático más se tratara.

Para no sucumbir, no hay que olvidar, para no olvidar hay que explorar e investigar: recordar y analizar el pasado.

El mal, el de verdad, está mucho más cerca de nosotros, de cualquiera de nosotros, cuando las circunstancias son las propicias, de lo que estamos dispuestos a aceptar.

Hace ya tiempo que leí el libro... catarroso, me acuerdo de anotar y comentar acá esta lectura, y me preparo para encarar en breve la recientemente publicada "HHhH", de Laurent Binet, que habla de la operación de comandos en la que se asesinó a Reinhard Heydrich, jefe de la gestapo y uno de los más crueles aplicadores de la "Solución Final".